Parana - El Banco Nacion (ayer y hoy)
EL BANCO NACION DE PARANA
Pocos edificios han dicho tanto con su arquitectura como el viejo Banco Nación, en Paraná. La destrucción de la bellísima sede y el reemplazo por la actual también está cargada de mensaje.
La generación del ´80 tuvo presente aquello de ser y parecer. No hay en esa observación un juicio de valoración política. Si hay un colectivo ideológico complejo y contradictorio, ese es la Generación del 80. Consideraban que hacer un país también era desplegar todos los íconos que representaran la idea de una república solvente, de instituciones perdurables. Por eso a cada fundación de una entidad estatal le sucedía la construcción de un edificio cargado de alegorías que inspi-raran algún valor.
Esa idea dejó sus marcas en la fisonomía urbana con edificaciones que se realizaron hasta las primeras décadas del siglo XX. En Paraná convivieron dos edificios que son el paradigma de esa etapa de la historia: la Escuela del Centenario y la antigua sede del Banco de la Nación Argentina. Las dos construcciones tuvieron muchos elementos en común y un destino diferente. Mientras la primera sigue en pie en la Avenida de la Alameda, la sede bancaria fue reducida a pequeños pedacitos que siguen la ruta misteriosa de los cascotes sin ningún valor. Un parte de la historia hecha añicos, que recogen en un camión y diseminan en el inmenso espacio del olvido, de la nada
La imagen de la antigua sede del Banco Nación pervive en algunas pocas fotos, con escasa alusión escrita. Imágenes mudas. Por eso esta crónica se alimenta de los recuerdos de dos jubilados bancarios que alcanzaron a conocer el viejo edificio de calle San Martín y España, con su imponente figura de la República, representada con una mujer cargando en su mano derecha el Escudo Nacional y en su izquierda el cuerno de la abundancia. Con el gorro frigio y la mirada, desde las alturas, displicente, protectora, casi soberbia. Las entrevistas con este cronista se realizaron hace una década.
EN PRIMERA PERSONA. Rolando Bellmann ingresó al Banco en el año 1940. “Alcancé a rendir examen en el viejo edificio. Recuerdo que tenía la figura de la República, debajo de la cual había un reloj, parecido al que tenía la sede del Banco de Londres, que estaba enfrente”. Esas son las primeras palabras que al jubilado bancario le surgen cuando evoca una imagen desaparecida por la impiadosa acción de la piqueta.
Bellmann habla con el cronista sin interrumpir la visita que está haciendo a su viejo banco, de la mano de una memoria privilegiada que le permite posar su recuerdo en cada detalle. No hay nada escrito sobre lo que fue la sede destruida, y lo que cuenta Bellmann cobra valor. “Al ingresar por la puerta de la esquina, uno se instalaba en el gran salón, con mostradores de madera y ventanillas de bronce y vidrio. A uno de los costados había dos oficinas: Gerencia y Subgerencia. Y el resto de las oficinas estaba en un sótano que desapareció con la nueva edificación. Recuerdo que los pisos eran de madera”.
Bellmann no estaba en Paraná cuando demolieron la vieja sede, que había sido inaugurada el 25 de junio de 1911. Cuando la década del 30 moría al ritmo del nacimiento de los 40, el Banco Nación instituyó un régimen de operaciones que implicaba, como lo explicaban por aquellos años, llevar el Banco a la casa del productor. Entonces se fundaron las siete primeras agencias rurales. Una de ellas se levantó en Colonia El Zapallar (Chaco). Y hacia allá fue Bellmann a trabajar hasta agosto de 1945. “Cuando regresé a Paraná me encontré con el nuevo edificio, que quedó habilitado al público el 12 de noviembre de ese mismo año”.
Osvaldo Briozzo fue por varias décadas subcontador del Banco del Estado Nacional. No sólo trabajó en la antigua sede demolida, sino que también lo hizo en el inmueble de la vieja Caja de Ahorro, en Urquiza y Pellegrini, que el Banco ocupó mientras construía su actual casa de paredes inmensas y amarillas.
También el recuerdo de Briozzo está encandilado por el brillo de los bronces que levantaban el límite del territorio entre clientes y cajeros. “Había 14 cajas”, revela con precisión. Pero el jubilado subcontador prefiere instalar su memoria en las relaciones humanas que se tejían en torno al Banco. “Los comerciantes y colonos que llegaban al Banco eran como de la familia. Había créditos a sola firma. Los colonos prendaban sus arados y con eso ya accedían al dinero para ponerlo a producir. Y si la cosecha iba mal, existía lo que se llamaba renovación íntegra”, cuenta Briozzo, consciente del contraste inmenso entre pasado y presente. “Tenía un cliente que siempre andaba apretado, y sin perder el humor llegaba al Banco, se ponía en la cola y desde atrás me gritaba: renovarse es vivir. Entonces yo sabía que venía a firmar una nueva negociación de su deuda”.
Briozzo y Bellmann coinciden en su insistencia por destacar la importancia del Banco en la generación de trabajo, desde el área Créditos Agrarios (para los colonos) o desde el sector Documento Descontado (para el comercio).
COLONOS. La construcción del edificio viejo, en 1911, coincide con la intención de los directivos del Banco de la Nación Argentina por darle mayor desarrollo al crédito agrícola. Ese mismo año, desde la casa central se insiste con la política de préstamos a los colonos. Paraná era un buen destino para esos dineros. Pero la primera gran crisis que debió afrontar el Banco desde su fundación en 1891 no tardaría en llegar de la mano de la guerra desatada en 1914 en Europa y aun antes.
“Ya en 1912, las actividades económicas y financieras del país venían experimentando algunas perturbaciones. El capital europeo había acudido hasta ese año en abundancia, orientado principalmente hacia la inversión en inmuebles, pero la Guerra de los Balcanes, en 1913, interrumpió las remesas de fondos”. Ese es el panorama que brinda un libro de 1941 que espera por un dueño en un anaquel de la Casa Altman. Se trata de una publicación que cuenta los primeros 50 años de vida del Banco.
La crisis desembarcaba en una Paraná todavía boquiabierta por el encantamiento de su nueva sede, con fachada de piedra parís, mármol rosado y mansarda de pizarra en su techo.
“Había que transmitir la idea de un país solvente, y que la gente esté segura al confiar su dinero en la Banco”. Así explica el arquitecto Fernando Ponce tanta riqueza arquitectónica, a la que califica como eclecticista.
El arquitecto Marcelo Olmos, asesor de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos y delegado por Entre Ríos, coincide con que la idea que perseguía el Banco era la de brindar una imagen de solvencia. “El Banco Nación tenía como política hacer sus edificios con los mejores materiales nacionales o importados: sus muebles, sus mármoles, sus bronces”, precisa Olmos, y apunta que la vieja sede de Paraná corresponde a la escuela de la arquitectura francesa que se llamó beaux arts.
Al momento de arribar a una explicación que se aproxime al pensamiento que primó para dar la orden de demoler la sede con la República, Olmos comenta: “Supongo que la idea fue hacer una sede más grande y cómoda, y como eran tiempos suficientemente prósperos como para irrumpir con toda una arquitectura más moderna, se determinó reemplazar los edificios, como ocurrió con la casa central en Buenos Aires”.
Un temprano día del siglo veinte, la República de piedra vio avanzar una legión de hombres armados con sus piquetas. Y como presagio de un porvenir accidentado comenzaron a sucederse los golpes. La República asistía indefensa a su propia demolición.
Un tal Cesáreo
Hasta el gran salón del viejo Banco, ya custodiado por la mirada de un Carlos Pellegrini de mármol blanco, un día llegó un vecino de Paraná a pedir un crédito. El hombre no ofrecía mayores garantías que la de sus pinturas, que –juraba– en esos momentos despertaban elogios en los salones de Estados Unidos. Un alto bancario miró su ficha de punta a punta, leyó detenidamente cada casillero y tachó a modo de reprobación la garantía ofrecida: algunos de los cuadros de su famosa serie Los Gauchos. Briozzo hizo un intento por explicarle al bancario quién era Cesáreo Bernaldo de Quirós, ese hombre que espera fuera de la oficina por una respuesta, pero desistió de hacerlo. Al fin y al cabo el crédito fue aprobado igual y sin necesidad de prendar los cuadros. Bastó la poca entrada de dinero que declaró para superar el trámite.
Jorge Riani
Fuente: http://paranahaciaelmundo.com.ar
Escribe un comentario