Candido Lopez - Paisajista de la Historia
CANDIDO LOPEZ - PAISAJISTA DE LA HISTORIA
Cándido López inició su carrera artística como fotógrafo daguerrotipista en 1858 siendo discípulo del retratista Carlos Descalzo. En un principio López se dedicó al retrato en su ciudad natal.
Debido a que la daguerrotipia exigía una extremada composición y planeamiento previo de la imagen, fue en ese período que comenzó a iniciarse en el trabajo de esbozos que le llevarían gradualmente a dedicarse a la pintura. Fue así que los conocimientos de daguerrotipista le resultarían importantes para su posterior carrera como pintor: se hizo observador de encuadres, minucioso por la realidad, y se interesó por documentar lo que veía como momentáneo, para intentar "eternizarlo".
Entre 1859 y 1863 recorrió las entonces pequeñas ciudades y poblaciones de la provincia de Buenos Aires y sur de la provincia de Santa Fe realizando gran cantidad de fotografías. En 1860 instaló su hogar en Mercedes, donde dos años más tarde retrató al recientemente asumido presidente Bartolomé Mitre. Poco tiempo después se instaló en San Nicolás de los Arroyos.
En 1863 trabó amistad con el pintor muralista Ignacio Manzoni, quien promovió en él la idea de explorar los colores y las perspectivas. También recibió enseñanzas de Baldasarre Verazzi, pintor italiano afincado en la Argentina.
Estaba planeando un viaje de perfeccionamiento a Europa cuando estalló la Guerra del Paraguay. Se enroló como teniente en el batallón de Infantería de San Nicolás, a órdenes del coronel Juan Carlos Boerr, de la división del general Wenceslao Paunero.
Participó en los combates de Paso de la Patria e Itapirú. Durante el tiempo libre entre combates – su regimiento no participó en operaciones ofensivas en ese período – pintó varios paisajes de campamentos militares. Los envió a Buenos Aires, donde fueron vendidos y se hicieron muy populares, ya que la población estaba interesada en cualquier cosa que la acercara a la situación en el frente de combate. Posteriormente participó en las batallas de Estero Bellaco, Yataytí Corá, Boquerón y Sauce. En la Batalla de Curupayty, en septiembre de 1866, una granada le cercena parte del brazo derecho, de modo que pasó a retiro como inválido de guerra. Meses más tarde, tras la convalecencia en Corrientes, regresó a San Nicolás.
Al borde de la miseria, López comenzó a practicar pintura con su mano izquierda, aunque sólo consideró que estaba en condiciones de volver a dedicarse al arte hacia 1869. De modo que volvió a pintar, pero concentrándose en reflejar los campos de batalla y los campamentos de la Guerra del Paraguay. Más tarde vivió varios años en San Antonio de Areco y Merlo (Buenos Aires)
No obstante, no logró prosperidad económica, de modo que en 1887 envió una misiva al ex presidente Mitre, a quien le solicitó intercesión para obtener ayuda pública. Mitre en cuanto sujeto muy influyente se transformó en su comitente y le aportó un subsidio a cambio de una serie de cuadros que "documenten" la "Guerra del Paraguay". Es así que a partir de algunos de los esbozos realizados entre 1865-1870, López pintó sus principales cuadros entre 1888 y 1901. López intentó pintar unos cien cuadros, pudiendo concluir aproximadamente la mitad de la cantidad que se había propuesto.
Gran parte de estas obras aparecen con la firma Zepol, seudónimo que corresponde a la reversión de su apellido. Pasó sus últimos años en un campo que había alquilado en Baradero, provincia de Buenos Aires, donde falleció el último día de 1902.
Sus restos fueron localizados en el subsuelo de la bóveda del Círculo Militar en el Cementerio de la Recoleta
Obra
Parece haber sido su principal intención documentar escenas de la guerra, no todas, sino determinados momentos "épicos", aunque sin ninguna grandilocuencia y ningún patrioterismo. Trató de ser "neutral" desde la perspectiva de los "aliados", y parece haberlo intentado sinceramente.
Sus cuadros bélicos curiosamente no transmiten una emotividad bélica, ni mucho menos sufrimiento; más parecen ser una serie de valiosas "postales". Cándido López parecía intentar evadir el sufrimiento pintando curiosas escenas en las que a veces su mirada buscaba reposar en el paisaje natural, impasible y neutro donde la tragedia ocurre.
Del mismo modo, los combatientes de uno y otro bando figuran más que nada como diminutas sombras en las que se mueven los colores de abigarrados y solemnes uniformes. La pintura de esa guerra es dantesca, al retratar movimientos de masas abigarradas bajo paisajes serenos y en ciertos casos de ensueño, como por ejemplo en Empedrado, entre los bellos palmares de Yatay, o bajo un arrebolado cielo -tal cual ocurre en el cuadro llamado Invernada del ejército oriental.
Llama la atención el formato inusual de sus telas apaisadas, muy horizontales, en una proporción de uno a tres – por ejemplo 40 x 105 cm ó 48,5 x 152 cm – lo cual le ha permitido figurar con gran detalle acciones simultáneas y múltiples, describiendo los escenarios naturales de los episodios, al tiempo que realiza todas las imágenes con mucha minucia, pese a las dimensiones de las obras.
Aunque inicialmente utilizó una perspectiva triangular próxima al suelo y a la escena, luego cambió a otra, que se volvería llamativa característica: la de los puntos de vista muy elevados que alejan aun más la profundidad de las perspectivas, transportando la mirada hacia distantes horizontes donde la guerra se difumina y parece quedar anonadada... por ejemplo en los suaves, apastelados colores de un atardecer como en un intento de distanciarse del drama. Sus estructuras pictóricas son sencillas y firmes: entre un plano de la tierra y otro de los cielos.
Aunque la temática principal de Cándido López en muchos puntos coincide con la de Francisco de Goya el tratamiento es completamente distinto, lo representado es completamente distinto; López quizás ha preterido omitido lo nefando de la guerra, y para hacerlo se ha ensimismado en un detallismo y una coloratura que paradójicamente ha desembocado en imágenes idealizadas con una fuerza y una mirada ingenuas. Sin embargo, la ingenuidad no le ha impedido expresar patéticos símbolos: los uniformes aparecen con sus detalles, con cada uno de los botones pero los rostros de los soldados vivos carecen de ojos y bocas... sólo los muertos tienen boca y ojos, como si la muerte fuera la que diera el irrecusable testimonio del mal. Por esto, la obra de Cándido López tiene en lo formal mucho en común con la obra del douanier Rousseau; Cándido López se incluye en la naivité (ingenuidad) y allí encontramos su curioso valor.
Sin dejar esa "ingenuidad", el otro conjunto de cuadros relevantes de López es el que corresponde a naturalezas muertas y a bodegones, allí los marcos son verticales y las figuras brillan en grupos solitarios casi chillonamente sobre fondos oscuros de matiz melancólico e intimista.
Escribe un comentario