Valle Maria (Vizcacheras) 1918

DE DIAMANTE A PARANA 1918

Por fin, lejos de nosotros, aparecen las casas del pueblo Valle Maria o Viscacheras, como se le llama comunmente.

— ¿La primera aldea rusa?

— La primera.

El auto vuela jadeante y parece que redobla sus energías a la vista del poblado.

Una cruz alta, unos 3 metros, se levanta sobre la izquierda del camino, y pregunto al chauffeur si sabe a quien mataron allí.

— ¡A nadie! ¡Absolutamento a nadie! Es costumbre de ellos, de los rusos, colocar una cruz a los cuatro costados de la población... Eso es todo.



Viramos a la izquierda para entrar en la aldea: los perros salen furiosos, ladran, rezongan, brincan como si intentaran comernos, y no quieren convencerse que no vale la pena de meterse con una máquina.

Atravesamos unas calles imposibles donde nos parece navegar en alta mar.
Hay momentos en que la estabilidad del coche corre serio peligro; pero por fin llegamos a la iglesia, centro de la aldea, desde donde el señor cura gobierna a sus feligreses y los aconseja en todos los asuntos, inclusive los políticos.

Durante la última campaña electoral, la acción de los sacerdotes que están al cuidado de estas aldeas ha sido activísima, y los rusós votaron compactos la candidatura propiciada por los curas párrocos.

Rusos y suizos, a diferencia de otras colectividades", entran a tomar parto activa en la vida política del pais y llegan a constituir un capital político que hay que tener en cuenta.

Al lado de la Iglesia de Viscacheras se levanta un curioso campanario, construido con tirantes de madera, y enfrente al campanario surge un convento de monjas, con un modesto colegio donde se educan las niñas
Por la callo no se oyó hablar otro idioma que el alemán, y los curas enseñan el catecismo en alemán. La presencia do los forasteros despierta una intensa curiosidad, y unas chicas se me aproximan diciéndome algo que no llego a comprender.

Pregunto por el señor cura Parroco; pero en lugar de contestarme se van como almas llevadas por el diablo.



Una mujer madura la que dirijo la misma pregunta, se limita a mirarme como si estuviera soñando.

Tampoco ella me contesta siquiera.. una mala palabra.

Por lo visto aquí reina el mas absoluto hermetismo, y como no hay tiempo para perder, seguimos viaje acompañados por la acostumbrada escolta de perros, hasta la cruz que señala la entrada a la aldea.

Desde allí la perrada vuelvo a sus pagos, como si supiera que ya no tiene derecho de protestar.

La segunda de la las aldeas es la de Santa Cruz, indudablemente superior a Viscacheras, por su aspecto, sus calles y su templo.

En cuanto manifestamos el deseo de visitar la iglesia, se presenta el sacristán y nos abre las puertas de par en par, mientras una muchedumbre de curiosos se estaciona afuera como para controlar nuestro comportamiento.

Acostumbrados como estamos a nuestros templos de techos abovedados esta me parece más bien una sala, pues tiene el techo de madera paralelo al piso.

En la entrada dos recipientes para agua bendita imitan dos troncos de árboles huecos, a derecha e izquierda de la sala se levantan seis astas portabonderas y muy cerca del altar están pequeños banquitos para los chicos, a quienes durante las funciones religiosas vigila muy de cerca un sacerdote, que se sienta en un banco a la derecha de la entrada al templo.

Siguiendo la costumbre de las iglesias rusas, las mujeres se sientan a la izquierda y los hombres a la derecha, y prevalecen los colores vivos, chocantes, en las pinturas y las imágenes.

Dicen que la vivacidad de los colores es caracteristica de los paises cálidos, pero parece que tambien en la región del Volga, de donde han venido estos rusos, le tienen marcada afición a las tintas chillonas


DR. A. VACCARI
Parana, julio, 1918.

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