Historias de Villaguay - Crispin, la lanza y el Tigre 1854

LA LANZA DE OLAVARRIA

— ¿Que si yo me he encontrado alguna vez con tigres? — nos preguntó el anciano don Francisco Bravo, que fuera secretario del general don Fructuoso Rivera, gran cruz de Isabel I y de la de Carlos III, poseedor de viente y cuatro mil leguas en Bolivia (como suena) y que por ahi anda como una ardilla sustentando sus ochenta y tantos años con entereza envidiable.

Vaya!, vaya, si me he encontrado!... continuo. - La primera fue cuando vinieron las escuadras aliadas, alla por el año treina y tantos... Del siglo pasado!!

- Debe suponerse... La segunda fue en Corrientes y la tercera... Porque han de saber ustedes, mis amigos, cuando aquello era desierto y ya pueden ustedes imaginarse lo que habre visto. Sin embargo, lo confieso ingenuamente, jamas me dio tan temeraria caceria, de la que es muy dificil salir ileso. Pues, como iba diciendo, la ultima vez fue alla por el año 1854.

Acababa de morir don Fructuoso de una enfermedad que adquirio en los Conventos, departamento de Cerro Largo... Yo me hallaba en Villaguay, cuando el comandante Crispin Velazquez e invito a que lo acompañara a desempeñar un encargo que le habia hecho el comandante de aquel distrito. La empresa era original, mis amigos.

Nada menos que llevarle al comandante Miraso la lanza del valiente entre los valientes coronel porteño don Jose de Olavarria, muerto nueve años antes en la ciudad de Montevideo

- Brava joya, don Francisco!

- Y de un templo a prueba de tigres, mis amigos, como ya veran ustedes. Yo tenia que ir, casualmente al mismo punto en que se encontraba el comandante Miraso...

Hombre bebedor el tal comandante!... Y para conta bolazos... Miraso!. Dispusimos la partida, sirviendonos de baqueano un indiecito de pequeña estatura, pero fornido... Guapo el indiecito como ya veran ustedes! Pues marchabamos tranquilamente cuando podiamos al galope y cuando no al trote o al tranco sin temor alguno... Verdad que Crispin era guapo hasta la temeridad. El llevaba solamente la lanza de Olavarria como unica arma. En cambio yo cargaba un magnifico revolver, arma muy poco conocida por aquel entonces. Pues, como iba diciendo marchabamos tranquilamente hasta que se nos ocurrio hacer un descanso al pie de un arbol, uno de aquellos arboles "plantados por la mano de Dios mismo" - como dice el autor de "Flor de un dia" Que frondosidad, mis amigos!!.. y que tronco!!...

La tarde estaba algo bochornosa; pero agradable y sentados bajo aquella sombra platicabamos de cosas indiferentes mientras el indiecito se proponia hacer fuego para darnos con sabido cimarron, cuando al acercarse a un pajonal que frente de nosotros habia, a objeto de recoger alguna leña seca, volvio hacia nosotros rapidamente, diciendonos:

- Tigre mirando!! (señalando en un hueco que en aquel pajonal habia. Y no tuvimos ni tiempo para observar y prepararnos)

- oimos si el "batir" de las orejas de la fiera... si me parece que lo oigo... Inmediatamente aparecio por aquel hueco: era una animal soberbio, de amarillosa piel moteada. Se oyo un rugido; vimos sus brillantes ojos fijos en nosotros y dar un salto con las garras en curva... tan rapido o mas rapidos que el, esquivamos el bulto.
Cuando yo me di cuenta, el temerario comandante Velazquez, con una sangre fria admirable, dio tan tremendo lanzazo a la fiera que la clavo en el arbol aquel. Y  cuando asi la tuvo me dijo:
- Vamos a ver esa punteria, don Francisco. Matelo.
No necesitaba yo que me lo dijiera, pues ya habia echado mano a mi revolver y decerraje, uno tras otro, los cinco tiros sobre la fiera; pero fuese por lo pricipitado del caso, por no herir a Crispin o por... menos averigua Dios y persona - vi, con estatico asombro, que ni una sola de las balas de mi revolver habia dado en el blanco y que la fiera, debatiendose furiosa contra el arma y el brazo que la tenia enclavada al tronco del arbol, logra alcanzar con la zarpa al comandante y atrayendolo a si rodar ambos como si fuera un solo cuerpo.

Con todo el apresuramiento posible, proceso a cambiar las capsulas vacias. estaba en ello mi salvacio y tal vez la del comandante... Oh, no la del de Crispin no!... Hubiese llegado demasiado tarde y alli hubiera perecido si, con un valor imcomparable, el indiecito que nos servia de guia, no se adelanta y le sepulta a la fiera un cuchillo abriendole la garganta de parte a parte.

Francamente mis amigos, no lo esperaba ni me lo hubiera imaginado jamas.

El tigre, ya agonizante, suelta su presa. el comandante se levanta cubiero de sangre: esta herido, pero afortunadamente, no de peligro. El indiecito terminaba su obra de rematar la fiera con la justa intencion de llevarse la piel y mientras Crispin se restaña sus heridas como puede, yo termino la operacion de volver a cargar mi revolver. Y estabamos asi cuando del pajonal suena de nuevo el singular ruido de batimientos de orejas, aparareciendo por el mismo hueco la cabeza descomunal de otro tigre. Era el maco, el que, con miradas feroces, se detiene, observa y debe darse cuenta de lo que alli ha ocurrido, porque, rugiendo de manera que abria las carnes, se desliza, arrastrandose por un costado, siempre la mirada fija en nosotros. Que diablos!, la sangre ya se me habia calentado y ofendido conmigo mismo por la chapetonada anterior y por las chuscadas del comandante, apunte bien, aprete el gatillo, salio la bala y la nueva fiera salto...si, salto a la inversa desapareciendo en el pajonal.

El comandante aseguraba que apareceria de nuevo, pero el indiecito fue a rastrearla, gritando en seguida:

- Ya esta muerto!

Despues vimos que la bala de mi revolver le habia penetrado por la boca y destrozado el crane

Pueden ustedes imaginarse con que orgullosa soberbia celebraria yo aquella gloriosa revancha, que, lo confieso ingenuamente, no la desee

- Y la lanza, don Francisco, llego al comandante Miraso

- Mis amigos, creo que si, aunque no tuve ocasion de verlo.

Rafael Barreda

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