El Boliche Perez, Monje, Santa Fe.
BOLICHE PEREZ, EL ULTIMO DE MUCHOS.
El césped avanza sobre el viejo camino, apena un par de huellas susurran al viajero que todavía ha de llevar a algún lugar. El viento es quien más lo recorre, quien lo vio nacer, llenarse de gloria y ahora perecer. Para cualquiera es un camino más, pero es tan humillante ese designio, ignorar, que fue la columna vertebral que le dio forma a la INVENCIBLE Santa Fe. Sobre el transitaron hombres tan grandes y legendarios, que se hablan de ellos, como si su paso hubiera sido ayer. Sobre este viejo camino, el general Belgrano avanzó hacia el Paraguay a enfrentar a los realistas y comenzar con una epopeya increíble (para que un par de siglos después un presidente argentino le pida perdón a los españoles) También el Patriarca de la Federación, el responsable de que Santa Fe exista libre y no sea una extensión de Buenos Aires, el hombre que cada Santafecino deberíamos glorificar, Estanislao López, avanzó hacia los porteños con sus lanceros. Y el que fuera presidente de La Confederación argentina, Justo José de Urquiza, también lo recorrió, y así podríamos seguir horas hablando de este viejo camino, que ni señalizado esta. El solo colocarse de pie en el, hace a uno sentir una energía extraña, una sensación imposible de explicar, o bien los kilómetros en motos están empezando a jugar con mi mente, mejor probalo por vos mismo y me comentas.
Es un día fresco, el que elijo para seguir la huella de este prócer entre los caminos, hacia mi increíble y sorprendente destino. Venciendo las mareas del tiempo, y contra todo pronóstico lógico, a la vera del tramo sobreviviente del camino real, entre Monje y Barranca, Santa Fe, un centenario boliche se mantiene de pie, con sus puertas abiertas para saciar la sed del viajero. Su nombre recorre como un rumor kilómetros viajando de boca en boca, y fue así como de casualidad llegó a mí, como una leyenda viviente. Por mucho tiempo postergue el viaje para reunirme con él, pero ese día salí sin destino y termine a su puerta. Desmonto la motocicleta, como decenas de viajeros habrán desmontado de sus bestias antes que yo. Mis ojos recorren con extrañeza al edificio, fui pensando encontrar una vieja casona asentada en ladrillos, pero ante mi, un galpón de chapa espera. A unos metros un caballo ensillado, atado a un árbol pastea custodiado por un cusco. El viento juguetea entre las copas de los arboles, cuyo rumor llega a mí, invitándome a avanzar. Camino hacia aquella puerta custodiada por un deslucido cartel y al atravesarla, creo que algún portal dimensional se me cruzó, pues viaje en el tiempo, a otro mundo.
Don Héctor Pérez atendía a los viajeros, como si fueran miembros de la familia, mientras en un rincón un viejo gaucho escuchaba a otros sus historias. El galpón, revestido en madera, tanto en muros como en suelo y muebles, maderas que han sido testigo de tantas historias que no alcanzaría todo el papel del mundo para plasmarlas. Sus muros repletos de objetos de otros tiempos y de todos, habitan juntos en un equilibrio sorprendente. Camino sobre el piso y mis pasos resuenan en la madera. No puedo negarme a saborear una cerveza para calmar la sed del viaje, y obvio que elijo el mostrador como mesa. Toco esa vieja madera y siento como si miles de voces se comunicaran con mi cuerpo, voces mudas que todo me lo quieren contar, pero que nada dicen. Sorbo a sorbo, degusto el sabroso liquido que me hidrata, mientras mis ojos recorren cada centímetro de ese templo.
El lugar parece escapado de una vieja novela, el gaucho en una mesa, saluda a los hombres que se retiran y otros paisanos como el llegan en su lugar, en otra mesa un hombre solitario, la pareja en otra y una familia en la sobrante, y por supuesto, el forastero, yo, en el mostrador. Solo falta una guitarra apuñalando al silencio. Mi deseo, marcharme con las luces del día, pero me es imposible escapar a la magia del lugar. Y así pasa el tiempo, tan lento que uno podría hasta atraparlo y encerrarlo por siempre. A través de la puerta abierta veo como las luces del día se apagan, pago mi bebida (a un precio que no creía por lo accesible, pensando que había oído mal) y me coloco de pie para marcharme. Pero había estado en silencio, irme sin hablar con los pobladores de aquel lugar, sería algo que no me podría perdonar, y así comencé a hablar con aquel gaucho, un testigo vivo del último siglo, ya que nació en 1934, y habla como si fuera ayer de cosas tan lejanas en el tiempo para uno. Me cuenta de su padre, que hacia arrime en un carro con ruedas tan altas como la puerta, que era tirado por 11 caballos, me cuenta de una estancia a la que debería ir, la de los Alsogaray, y de un viejo puente de madera que quemaron, porque decían que sus remaches eran de oro. Me habla de decenas de boliches que el olvido devoro sin piedad. Uno de sus compañeros me cuenta de un tal Solís de Barrancas, un héroe anónimo, que ayudo a cruzar a Urquiza por el río con su caballería, como si ese hecho hubiera pasado dos o tres días atrás. Las historia danza y canta sobre los tablones del piso, y sus palabras son como música para mí. El día se apagó por completo, el viaje de regreso es largo, es el primero que hago con esta motocicleta a la que estoy conociendo, así que debo marcharme muy a mi pesar. Creo haber encontrado uno de mis lugares en este caótico mundo, donde los problemas son la leña para el invierno, o los peligros las abejas.
Pero por supuesto, no podía irme sin antes preguntar por el boliche. Quien lo atiende Héctor Pérez, es nieto de quien lo comprada en 1924, pero el lugar ya funcionaba como tal desde, abrí bien los ojos… 1860. Si, nos e si hay otro en la provincia con tantos años sobre su espalda. Se cree que el mismísimo Urquiza, en un viaje paró a recobrar energía en sus instalaciones. ¡SORPRENDENTE! Y este viejo gaucho, que tontamente no pregunte el nombre, conoció a cada uno de lo Pérez. Hoy el boliche atiende a la mañana y a la tarde, respetando la siesta, y no abre los domingos. Para llegar a él, toma el último camino antes de Monje, yendo desde barranca, y dobla hacia la costa. El primer camino que encontras paralelo a la 11, es el camino real. Lo recorres hacia el norte y lo vas a encontrar a un lado, rodeado de arboles. Cuando lo veas, recorda que sobrevivió al paso de ejércitos, a los malones y a gauchos matreros. Si, comparto eso que pensas. Si hasta creo que le hicieron su canción.
Me debo marchar, me retiro del sitio con una enorme sonrisa, respirando el aire mágico del lugar. Antes de irme me frotó los ojos, para estar seguro de que no he soñado, pero ahí está el Boliche Pérez, y creo hasta ver una sonrisa entre sus chapas. Doy marcha a la motocicleta, asesinando la armonía de la noche, y bajo las estrellas me marcho por el viejo camino Real, como tantos gloriosos hombres lo han hecho antes que yo. Juro y recontra Juro volver cada vez que me sea posible al lugar, hasta dejar de ser el forastero, y quizás sin querer me transforme en otro de sus personaje, en una historia que alguno contara al pasar.
Me marcho, detrás queda el Boliche Pérez, el último de tantos, firme en su eterna misión de custodiar al camino real y sus viajeros. Un sitio que la muerte y el olvido temen, un rincón del mundo donde la historia descansa segura. Boliche Pérez… voy a volver.
Rafael S. Theller
Gracias por los Me Gusta, son los aplausos, y los comentarios, el combustible para seguir. Te pido la gauchada que compartas el informe para que otros conozcan el lugar, y quizás sumen datos.
¿Conoces el lugar? ¿Alguna anécdota? ¿Nombre de este viejo gaucho, un ídolo? ¿Otro lugar en esa zona que me recomiendes? ¿Conoces algún boliche rural apra que visite? ¿Es monumenro o patrimonio histórico provincial? Cuando vayas enviale saludo de mi parte.
Mil gracias por ser parte de esto, nos leemos.
PERSIGUE TUS SUEÑOS, ELLOS SABEN EL CAMINO
Fuente: Siguiendo Caminos
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