Al rayar el cuarto del siglo XX aproximadamente, frente al Salado, Franz Schultz, el pescador, levantó su “Sorgenlos”, de pintoresca fachada. “Un solitario”, decía la gente. Tal vez, un ser enroscado en sí mismo, por no haber encontrado en el mundo de los otros al prójimo idealizado. Un documento fotográfico de quien en esas circunstancias prestara atención a una presencia diferente en el lugar, atrapó la imagen de “Sorgenlos” que, con el tiempo, cargado de años y ya sin dueño, se iría con las aguas. (Isabel Heer de Beauge, La Unión, 1987)
“…Un día llegó a Esperanza un desconocido, alto, fornido Schultz, que al poco tiempo devino en pescador y quien a los treinta años de haber arribado sigue siendo tan misterioso como entonces… como el hornero en un poste telefónico, sin previa anuencia, Schultz hizo su casa y plantó su huerto en el recodo del mismo camino, a la entrada del viejo puente, sobre el Salado árido…” (autor desconocido)
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